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jueves, 26 de abril de 2012

Recuperando a memoria masónica galega: JOAQUÍN POZA JUNCAL

Estimados lectores, le dejo aquí un trabajo de uno de los hermanos que forman parte de la Logia Renacimiento 54 con la esperanza de que sea de su agrado.


RECUPERANDO A MEMORIA MASÓNICA GALEGA:JOAQUÍN POZA JUNCAL


      A documentación da Gran Loxa de España encabézase, dende hai algún tempo, inmediatamente debaixo do nome da obediencia, co nome de Gran Oriente Español, 1889.

      O GOE tivo en Galicia, dende 1919 ata 1936, cando a masonería é perseguida polos fascistas, un número importante de loxas.


      A pioneira foi Gallaecia nº 408 (A Coruña). Desaparecida esta, teremos que agardar ata finais dos anos 20 para encontrarnos con novos levantamentos de columnas. Todas estas loxas e triángulos estaban integradas na Gran Loxa Rexional do Noroeste de España, do GOE, con sede en Xixón.

      As loxas do GOE que traballaron nestes anos foron as seguintes: Suevia nº 4 (A Coruña), Lucus nº 5 (Lugo), Libredón nº 6 (Santiago de Compostela), Helenes nº 7 (Pontevedra), Vicus nº 8 (Vigo), Curros Enríquez nº 9 (A Coruña), Francisco Suárez nº 10 (Ferrol), Pensamiento y Acción nº 11 (A Coruña), Constancia nº 13 (Ourense), Breogán nº 16 (Ferrol), Hijos de Hiram nº 17 (O Vicedo), Renacimiento Masónico nº 18 (A Coruña) e Ser nº 19 (Vigo).

E tamén traballaron os seguintes triángulos (dalgúns dos cales naceron algunhas das loxas mencionadas antes): Atlántida nº 1 (Ferrol), La Unión nº 4 (Ferrol), Adelante nº 7 (Ourense), Solón nº 8 (Marín) e Marchesi nº 12 (Barco de Valdeorras).

Vencelladas a outras obediencias, realizaron traballos masónicos en Galicia, no primeiro terzo do século XX, outras loxas e triángulos: Esperanza (Ferrol, baixo a bóveda celeste), Lodge of St. John nº 1102/1082 (Ferrol, Gran Loxa de Escocia), Triángulo El Ibérico (Tui), Triángulo Vigo nº 66 (Vigo), Celta (A Coruña) e, dependentes da Gran Loxa Española, Democracia (Ourense), Hércules (A Coruña), Fraternidad Humana nº 75 (Viveiro), Triángulo Ronsel nº 76 (Betanzos), Triángulo Agarimo nº 78 (Santiago).

      Grazas ao Boletín do Gran Oriente Español, que os reproduce, sábese que no levantamento de columnas da loxa “Vicus nº 8” léronse un par de pranchas. Unha delas aparece asinada por Vergniaud, que se identifica como membro da loxa pontevedresa “Helenes nº 7”.

      ¿Quen era este irmán? Vergniaud era o nome simbólico que utilizaba Joaquín Poza Juncal, grado 3º. Avogado de profesión, foi iniciado en “Helenes nº 7” o 3 de maio de 1929, e exaltado ao sublime grado de Mestre Masón o 19 de setembro de 1929. Fillo do impresor e dirixente republicano Joaquín Poza Cobas, nacera en Pontevedra o 26 de novembro de 1898. Foi director de La Libertad (na que escribía xa en 1916) e defensor da escola laica. En 1918 xa o encontramos como membro da Federación Republicana da cidade de Pontevedra. En 1930 é un dos asinantes do manifesto fundacional da Federación Republicana Galega (o famoso Pacto de Lestrove) e vicepresidente do Centro Republicano de Pontevedra. Logo da proclamación da II República será sucesivamente, en 1931, concelleiro da cidade, gobernador civil de Ourense e deputado nas Cortes Constituíntes, pola provincia de Pontevedra, representando á Federación Republicana Galega (1931-1933). No Congreso, entre outras iniciativas que presentou, foi un dos parlamentarios que votou a favor do voto feminino. En 1933 é membro de Acción Republicana de Pontevedra  e de Izquierda Republicana en 1934. Participará activamente nas asembleas de elaboración do Estatuto de Autonomía de Galicia, foi tamén avogado asesor da Caixa Rural do Lérez, fundada en 1926 e escribiu, ademais de en La Libertad e El País, en Faro de Vigo, e en prensa agrarista como El Emigrado (A Estrada).

      En 1934 morre a causa dunha repentina doenza. Un irmán seu, Laureano, destacado masón, acadará no exilio mexicano o grado 33º do REAA.

      Esta é a prancha que leu:


      Venerable Maestro y queridos hh:.:

      Perdonad que mi modesta voz se levante hoy en este Templo, y tenga el atrevimiento de distraer vuestra atención unos instantes. Mas, la Logia Helenes, a la que me honro en pertenecer, me ha dispensado el singular favor de designarme para que en su nombre desarrolle un tema en esta solemne tenida, que guarde relación con los principios sustentados por la Masonería Universal.

      Bien sé yo que mi cultura masónica, pobre y escasa, no me capacita para tan alta labor; pero fiel a los mandatos de mi Respetable Taller, me veo obligado a cumplir el encargo recibido, contando de antemano con vuestra benevolencia.

      Cuando por primera vez pisamos los umbrales de un Templo masónico, y ante nosotros se cierne la incógnita de la iniciación, nuestro espíritu se turba, al repasar in mente todo el bagaje de nuestras preocupaciones, ideas y sentimientos. Uno de los puntos más interesantes que asaltan nuestra imaginación, es el de los principios religiosos que deseamos conocer sustenta la Orden Masónica. Y nuestra preocupación estriba en saber si una institución de hombres libres propugna determinado credo religioso al que tengamos que adscribirnos.

      Pronto respiramos, plenos de satisfacción y tranquilidad, al escuchar, aún con los ojos vendados, de labios del Venerable Maestro, que en la Orden Masónica caben hombres de todos los matices políticos y de todas las tendencias religiosas, siempre que no estén en pugna con la inmortal trilogía que ilumina nuestro camino en la vida profana: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

      La intransigencia es la rémora más formidable del Progreso. Por eso la Masonería, inspirada en los inmutables principios del Bien, la Verdad y la Sabiduría, ilumina la senda de la vida con la antorcha de la tolerancia.

      La Filosofía, ciega de puro razonamiento, es enemiga declarada del mito y la fe ciega. Sólo por la comprensión y el discurso se llega a alcanzar la Verdad.

      Y la Verdad no está encerrada en ninguna religión positiva, que al someterse a jerarquías y admitir divinidades, cerrando a la inteligencia el camino de la razón, anula lo que hay en el hombre de más grande y excelso, la facultad de pensar por cuenta propia.

      La Masonería exige tan sólo que seamos hombres limpios de espíritu; que nuestros actos estén siempre inspirados en el desinterés, el amor al prójimo y el deseo ferviente de saber; que la Sabiduría, unida a la Caridad, son las dos formidables potencias que han de conducir a la Humanidad a las utópicas regiones de la Felicidad.

      El Bien no reconoce fronteras, y por eso es torpe aspiración la de quienes pretenden monopolizar la salvación de las almas, administrando la pócima infalible de la resurrección eterna.

      Antes de aparecer en la Tierra la estrella del cristianismo, había ya iluminado los cerebros una doctrina tan pura y sabia como esa, el budismo. Seis siglos antes que Cristo, derramó Budha sus enseñanzas entre los hombres. Y ya entonces difunde el amor al bien, combate la envidia, condena el robo, la mentira, el adulterio y la embriaguez, y desprecia el oro y la plata. “No matarás a ningún sér vivo, desde el insecto hasta el hombre; no robarás, no beberás vino ni otras bebidas embriagadoras; no cometerás el delito de adulterio; no mentirás; practicarás la caridad”. He aquí los mandamientos de este filósofo tan grande como Cristo, y anterior a él en la predicación del Bien y el Amor al prójimo.

      La santidad es la ejecutoria derivada de la vida recta y limpia del hombre. La Humanidad ha divinizado a los seres que, como diría Nietsche, se han colocado más allá del Bien y del Mal. No al superhombre, sino al hombre que una, a la dulzura de un San Francisco, la sabiduría de un Kant.

      Y si divinizamos a Cristo, ¿por qué no hacer lo mismo con Sócrates?

     Yo estimo que si Cristo no fue un discípulo de Sócrates, por lo menos Sócrates fué un precursor de Cristo.

      El filósofo griego, quinientos años antes de la era cristiana, excitó ya al hombre a la observación de sí mismo, e hizo del alma humana el objeto principal de la filosofía. Él fué el fundador de la moral, el primero que sospechó su existencia y sentó las bases del derecho natural. Su filosofía fué no sólo una ciencia, sino también un arte; realizó cuanto pudo en su vida lo bueno y lo bello que enseñaba en sus lecciones.

      Su principio, nosce te ipsum, es la piedra angular del edificio de la Sabiduría, porque nada más difícil que el conocimiento de la propia conciencia.

      Hasta en su muerte fué un precursor de Cristo, entregándose en vida, con singular resignación, al sacrificio, en aras de las doctrinas que sustentaba. Recibió la muerte con la serenidad y la santa esperanza de un mártir, conversando agradablemente con sus discípulos y expirando en medio de ellos.

      Nadie, hasta ahora, ha pretendido, al amparo de la vida y doctrina del filósofo griego, construir la arquitectura de una religión, divinizando a su autor. Y, sin duda, que habría para ello tantos motivos como se encontraron en el cristianismo, en cuanto a éste se le despoje de la influencia de lo milagroso.

      Pero las conciencias rectas y despejadas, que se nutren de principios y doctrinas, analizando el contenido y dejando a un lado el corazón que las envuelve, tienen que ver con la filosofía socrática, como en la doctrina cristiana el módulo de toda conducta que persiga el Progreso, por medio del Amor y la Ciencia, despreciando prejuicios alimentados al calor de la ignorancia.

      El rótulo dice muy poco, en cuanto que la religión no es más que una etiqueta de buen ver, admirable ficción humana que sirve de instrumento para representar un buen papel en la eterna comedia social.

      Los que, por convicción y sentimiento, hemos ingresado en una Orden que, como la Masonería, tiende a alejarnos de la corriente corruptora de las pasiones humanas, imprimiendo a nuestra conducta la directriz que marcan la Verdad y la Ciencia, hemos de discernir con amplitud de criterio entre el Bien y el Mal, teniendo en cuenta la relatividad de nuestros conocimientos, y alejados siempre de toda influencia religiosa sectaria.

      El control sobre nuestra propia voluntad, y el dominio de nuestros impulsos, son los resortes que han de delinear nuestra personalidad. Porque sólo los hombres grandes, en los dos sentidos, moral e intelectual, saben autodirigirse.

      Un ejemplo práctico os lo demostrará.

      Newton, el insigne filósofo y matemático inglés, pasó por un trance para él durísimo, sólo comparable, por el dolor y pesadumbre que le produjo, a la muerte de su madre, a la que amaba entrañablemente.

      En su mesa de trabajo tenía amontonados manuscritos, notas y apuntes, producto de sus meditaciones y estudios. Y un día, el perro de casa volcó la bujía que había encendida sobre la mesa, prendiendo fuego y siendo destruidos por las llamas los papeles que sobre ella había. Su pesadumbre fué tan extrema, que estuvo a punto de perder el juicio. Y la cosa no era para menos. En un instante, vió destruidas sus meditaciones, las experiencias, las esperanzas de muchos años.

      Sin embargo, de aquella catástrofe que llegó a turbar su inteligencia, su desolación no pudo hallar contra su perro un solo ímpetu de cólera, contentándose con dirigirle estas palabras: “¡Válgate Dios, probre animal!¡Si comprendieras lo que has hecho!”

      He ahí la serenidad del justo y la santidad del sabio.

     Tengamos siempre presente este ejemplo, y pensando en el Progreso de la Humanidad, perdonemos a nuestros enemigos, poniendo en práctica constantemente los tres principios: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

      He dicho.
      Vergniaud.     (Boletín del Gran Oriente Español, año IV, nº 49, Sevilla, 10-12-1930).
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